sábado, 21 de mayo de 2022

 

LAS MADRES


Las madres enjaezan caballos al amanecer, 

aprietan las cinchas firmemente, 

trenzan las crines,

anudan las riendas al arzón,

y ajustan el freno entre los belfos.


Las madres hacen cosas imposibles:

esconden el vino y los cristales, 

apartan las sombras con la mano

(en un gesto de cóndor magistral),

surten de especias el mercado, 

abrasan, paren con  dolor,

no conocen el miedo,

descosen, amamantan, tiritan...


Y un  buen día,

se van de viaje al infinito.


DELFIN NAVA en OPUS LUCIFERINA




lunes, 13 de abril de 2020



YA QUE ESTAMOS EN EL CENTENARIO DE LAS ESCUELAS




Una de las muchas cosas que está alterando esta cuarentena es la celebración del centenario de las escuelas de Fresno.  Queda mucho año  por delante, esperemos que haya ocasión para ello, pero en este momento no se sabe cuando podremos hacer reuniones para celebrarlo.  Ojalá sea pronto.

Esto que traigo ahora, tiene que ver con las escuelas pero no forma parte de los actos oficiales  del centenario.   Por si acaso los otros se malograsen, ponemos un grano de arena y algo es algo. 

Ya sabemos que a la escuela se va a aprender los conocimientos que vamos a necesitar en el futuro para convertirnos en personas de provecho.  Pero la escuela también es un mundo para el aprendizaje de otros conocimientos que nos han de ser muy útiles en el desarrollo de nuestra personalidad y a los que llegamos por el juego.  El juego es parte importantísima de la escuela y alrededor del juego las diferentes generaciones de escolares van creando un mundo que se transmite de una a otra como si se tratase de las tablas de la ley.  Sobre todo antaño,  cuando no había móviles ni tabletas y el juego siempre era en grupo.

Esos juegos en grupo por simples que fueran tenían sus reglas, y la primera de ellas era la forma de sortear a los participantes en el mismo.  Ese sorteo se hacía a través de cancioncillas que bien servían para determinar el orden de saltar a la comba, quien se quedaba en "a pillar" o en "a guardar" o el juego que fuera. 

Estas que voy a poner a continuación son algunas y como con los refranes, invito a corregir si algo hay mal; y a compartir otras que podáis conocer y que no figuren.

Para sortear quien se queda, en los juegos.

D. Vicente

Qué rica tanda

Qué bien me suena

Es que llevo

La barriga llena

De vino tinto

De vino azul

¿A-quien- sal-va-rás-tu?



Otro.

Un gato se cayó a un pozo

Las tripas hicieron gúa

Arremoto pitipoto

Arremoto pitipá.



Otro.

Una vez era el tío Pericandules

El de las bragas azules

Y los botones del revés

¡Quieres que te lo diga otra vez?



Otro

A la lata, al latero

A las hijas del chocolatero

Que se quieren casar

Con el rabo la cuchar

Que la pillo, que la atrapo

Con la punta del zapato.



En el juego del Rescate


Abubilla fue lagarta

Bienvenida y condenada

¿De quien son tantas doncellas?

Mías son, que no son de ellas.



Para  el escondite

Al escondelerite, lerite, lerite

Al escondelerite, lerite, lerón

Cien gallinas y un capón

El capón estaba muerto

Las gallinas por el huerto

Tu por tu que dijo el rey

Que salieras tu.



Igualmente en la escuela de Fresno como en cualquier otra escuela, los niños hemos creado y transmitido a los siguientes una literatura parda bastante interesante, aunque casi siempre de tipo escatológico (lo que tiene  que ver con el culo y con la mierda).  Por ejemplo:


Burla de un narizotas.


Las narices de ---

Tienen dos compartimentos

Uno para los tomates y

Otro para los pimientos.



Burla de alguien a quien se está viendo el culo o casi.


Ato, ato, retrato,

máquina especial

Señoras y señores

se pueden retratar.



Otra burla:

Este es hermano de este y con este me chupas este. 

Se dice mientras se va señalando con un dedo: un ojo, el 

otro, la boca y el culo.





El pedo


El pedo es como una mina de creación infantil y en los patios de

 las escuelas ha sido una fuente  inspiradora de rimas

 inolvidables


Pedo, repedo

Música y olor

Que se abre, que se cierra

Que se marcha pa su tierra y

Nos deja aquí el olor.



Incu, relincu

Música de tambor

Que se marcha pa su tierra

Y nos deja aquí el olor.



Entre dos piedras feroces

Hay  un hombre dando voces

Le oirás pero no le verás.  (esta, además viene de la literatura clásica)



Juan viene.

¡Detenle!

No puedo

¡Pues dale que suene!


   
¿Has oído cantar a la ruca?

NO
   
Ponte al mi culo y escucha.









viernes, 10 de abril de 2020



ESTO VA DE REFRANES

Un saludo desde la cuarentena, deseando que nadie esté afectado y que todos tengamos a la familia bien.  .
Los días se hacen largos, intentamos entretenernos de muchas formas: internet, netflix, paseos de la cocina a la habitación, leer la prensa, poner y recibir whatsApp, etc.  
Hay muchas formas y cada quien tiene la suya.  Algunos somos aficionados a cosas  sencillas: los refranes, los palabros de nuestro pueblo, los acertijos y demás.
Después de muchos años anotando los más oídos en Fresno, he llegado  a reunir unos cuantos que nombran al pueblo y otros que sin nombrarlo, hacen referencia muy directa a las labores de labradores y hortelanos, al tiempo, a las estaciones del año, a los meses y a las costumbres  del mundo rural.  
Voy a compartirlos y si alguien quiere seguir el hilo y añadir más, solo tiene que mandarlos al correo que figura en el blog y los voy publicando para que entre todos no dejemos que se pierda la cultura colectiva.

-Alforjas grandes y burro rabón, sin duda, de Fresno son.
-   Ni buey de Fresno, ni vaca de Cabañas, que los dos tienen malas mañas.
-   Pantalón de pana, remiendo al culo: de Fresno seguro.
-   Buen garbanzo y buena gente, de Fresno fácilmente
-   Fresno, buen pan, buen vino y mejor gente.
-   De marzo a la mitad y abril medianero, viene tortillero
-   En abril quitas un jajo y nacen mil.
-   Todos muy buenos, pero la pelliza no aparece.
-   El que mata el gocho temprano, pasa buen invierno pero mal verano.
-   La vaca del hortelano, si en invierno da buena leche, mejor la da en verano.
-   A la gente hortelana, pocas palabras y bien claras.
-   Poco gana madre hilando, pero menos gana mirando.
Agua que cubre arco no llena charco
-   El burro, entre más pace, más burro se hace.
-   El que tiene burro y alforjas, calladicamente hace las cosas.
-   Antes le falta la madre al hijo que la helada al granizo.
-   El que se guarece debajo de hoja, dos veces se moja.
-   Cuando el tiempo está de piojos, de nada sirve mudarse de camisa.
-   Del cielo para abajo, cada uno viva de su trabajo.
-   Onza de trato, arroba de trabajo.
-   Si se pone el sol entre rubianas, buen día mañana.
-   Después de años mil, vuelven las aguas por donde solían venir.
-   El que compra paraguas cuando llueve, por el de seis paga nueve.




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viernes, 8 de marzo de 2019



HOMENAJE A LAS MUJERES HORTELANAS DE FRESNO DE LA VEGA EN EL DÍA DE LA MUJER TRABAJADORA













El día 8 de marzo de 1857 tuvo lugar el primer acto reivindicativo en defensa de los derechos de las mujeres trabajadoras. No era una celebración, cientos de mujeres de Nueva York salieron a la calle para protestar por los bajos sueldos que percibían (eran menos de la mitad de lo que cobraban los hombres) y por las pésimas condiciones en las que trabajaban. Aquella manifestación acabó mal, con la Policía dispersando la protesta.
Desde aquel histórico 8 de marzo la fecha se convirtió en un punto recurrente para las protestas de las mujeres.
En 1909, en Estados Unidos, el partido socialista, instauró por primera vez un día nacional de la mujer trabajadora, fijado en el 28 de febrero. Esta fecha sirvió, durante años,  de escenario para numerosas protestas bajo el lema «Pan y Rosas», en el que el pan simbolizaba la seguridad económica y las rosas la calidad de vida.
En 1910, en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, reunida en Copenhague, se reiteró la demanda de sufragio universal para todas las mujeres y, a propuesta de Clara Zetkin, se proclamó el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. La propuesta se aprobó por unanimidad por la conferencia, que contaba con más de 100 mujeres pertenecientes a 17 países distintos, entre las que se encontraban las primeras tres mujeres elegidas al parlamento de Finlandia
La reivindicación de un Día de la Mujer vivió su bautizo de sangre el 25 de marzo de 1911, también en Nueva York. La fábrica de camisas Triangle Shirtwaist ardió de madrugada con centenares de mujeres que trabajaban en el interior de aquel edificio de diez plantas y que no pudieron escapar de las llamas porque los propietarios habían bloqueado todos los accesos para impedir que asistieran a las marchas para reivindicar mejoras en sus condiciones laborales. La dramática escena en el corazón de Manhattan conmocionó a la opinión pública y costó la vida a 146 mujeres que  murieron. 
La tragedia, que coincidió con las habituales protestas que se desarrollaban año tras año en el mes de marzo, sirvió para que las leyes estadounidenses comenzaran a recoger mejoras en la seguridad en el trabajo en el sector industrial. El incendio de la fábrica valió, además, de aldabonazo para la causa de las mujeres trabajadoras y del internacionalismo obrero en general en todo el mundo. Los sindicatos organizaron muchas de las protestas contra esta tragedia, entre las que destacó el desfile funerario silencioso, que reunió a una multitud de unas 100.000 personas.
Pocos años después, las mujeres rusas eligieron el último domingo de febrero de 1917 para convocar una huelga bajo el lema ‘Pan y Paz’. Aquel histórico domingo era 23 de febrero según el calendario juliano, que entonces se utilizaba en Rusia; sin embargo, según el calendario gregoriano, utilizado en otros lugares, era 8 de marzo.
Habría que esperar hasta 1977 para que la Organización de Naciones Unidas convirtiera la jornada del 8 de marzo en el Día Internacional por los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional, «para conmemorar la lucha histórica por mejorar la vida de la mujer», cambiando la realidad de menos acceso a la educación, peores empleos, salarios más bajos, dificultades para acceder a los órganos de representación desde donde podrían cambiar las cosas y altas tasas de violencia.
Las mujeres hortelanas de Fresno de la Vega que desde finales del siglo XIX y durante casi todo el siglo XX trabajaron la hortaliza, y a través de los mercados la exportaron y dieron a conocer en toda la provincia, en Asturias, Galicia y Santander, realizaron una lucha semejante a la anterior,  ya que, empujadas por el estado de necesidad , optaron por asumir los trabajos que tradicionalmente habían hecho los hombres, realizándolos  en igualdad de condiciones que sus maridos e hijos, para poder alcanzar unos ingresos que cubriesen el sustento de la familia, la formación escolar de los hijos, la propiedad de la tierra que trabajaban y la dotación de la empresa familiar: desde un burro o una noria en tiempos lejanos hasta el tractor o el camión en tiempos recientes.
Los trabajos de la tierra los hicieron ellos y ellas en igualdad, pero los mercados, aunque no eran exclusivos de mujeres, fueron fundamentalmente, coto femenino.
Sabemos que en el siglo XIX ya se iba al mercado de los jueves de Valencia de Don Juan.  El viaje se hacía con un burro al que cargaban con las alforjas y los sacos que se pudieran sujetar, atravesados,  en los lomos del animal.  Esto suponía que el hortelano u hortelana, debían hacer el camino de ida a pie.
Hacia finales del siglo XIX y principios del XX, ya empezaron las primeras y primeros valientes a ir al mercado de León, miércoles y sábados. Iban con burros, por el camino de Cabreros donde cruzaban el río en una balsa, asunto nada fácil porque los animales se ponían nerviosos y, como burros que eran no había manera de hacerles subir; En una ocasión, Simón el pescador, el que años más tarde se radicó en Fresno, alguna vez tuvo que recurrir a métodos expeditivos como dar un buen golpe en la cabeza del animal y cuando éste quedaba mareado, empujarle para que subiera. Luego seguían hasta Cembranos, allí hacían noche en el mesón, durmiendo junto con los animales en el propio suelo de las cuadras, y de paso que ahorraban en gastos de alojamiento, cuidaban del género, del burro y no pasaban frío.  Muy de madrugada, emprendían el camino hasta León, a donde llegaban con las primeras luces del día para instalar el puesto y comenzar la venta con la llegada de los primeros compradores, normalmente los fruteros que abastecían sus establecimientos.
Para este trayecto, que era bastante más largo que el de Valencia de Don Juan, había que prevenir también la comida de los animales y, en tiempo frío, la manta para abrigarse y para dormir. En la medida en que la venta aumentaba, la explotación iba creciendo y comenzaron a ir con tres burros.  Dos de ellos cargaban con la hortaliza que se distribuía en tres alforjas cada uno: dos en cruz de san Andrés y las terceras en posición normal armando a las anteriores. En el tercer burro iba el hortelano u hortelana y llevaba la comida, tanto para los animales como para él, así como el resto de equipo necesario.  Ya en el siglo XX, llegaron los primeros carros de caballerías mejorando mucho el desplazamiento en capacidad, tiempo y comodidad.
No eran éstas unas mujeres que el resto de la semana se dedicasen a tocar el piano y bordar. Hablamos de mujeres que amanecían antes de que el sol saliera. Para cuando éste hacía presencia ya habían dado el almuerzo a los gochos, arreglado la cuadra y ordeñado, preparado el almuerzo de los de casa y puesto el puchero en la lumbre donde cocía toda la mañana. ¡Hala!, ya estaban libres para ir a la tierra u ocuparse del huerto: sembrar semilleros, espingar, jajar, arrancar y atar planta para el mercado, preparar planta para plantar, plantar, regar, mullir, arrancar o preparar la carga...y si no, fregar, lavar, planchar y el resto de tareas domésticas.
La llegada del tren en 1915 al mismo tiempo que los primeros carros de caballerías, supuso un impulso para la expansión de la hortaliza.  Aumentaron considerablemente las plantaciones y mujeres y maridos, ambos con el mismo afán, compartieron el trabajo de cultivar y preparar la carga, y al mercado iban por separado: los hombres salían el día antes con el carro por el camino de Vega y Marialba, y las mujeres al día siguiente en el tren. De noche aún, por el camino de la estación, un ejército de mujeres vestidas de negro de pies a cabeza y armadas con la faltriquera debajo del mandil iban a coger el tren de Palanquinos para transbordar a los trenes de León; lo mismo a la inversa se repetía por la noche, y si perdían algún tren, no daban la vuelta para casa, carretera adelante hasta Palanquinos en el coche de san Fernando. En éstas se bregaron mujeres como Tomasa, Úrsula, Aurelia o Federica.  Mujeres que no sabían leer ni escribir pero que ataban manadas de doce, de veinticinco o de ciento; que cobraban y daban la vuelta.
Vino una desventurada guerra y las mujeres de Fresno, mientras los hombres estaban destacados en los frentes,  siguieron sembrando, plantando y yendo al mercado. Mantuvieron abastecida la ciudad de León con las hortalizas de nuestro pueblo, exponiendo sus vidas en el camino de ida y de vuelta con sus carros y caballerías. Sabemos que en el año 1940 el gobernador de León se desplazó hasta Fresno para darles las gracias por su trabajo y su valentía, permitiendo que la ciudad de León hubiera dispuesto de alimentos durante los tres años de guerra.
En los años cuarenta y cincuenta ya teníamos coche de línea que entraba en el pueblo, paraba en las escuelas y allí se arremolinaba esa legión de mujeres que ya no iban tan de negro aun cuando seguía siendo el color dominante, ni vestían ropas tan complicadas. Habían sustituido la faltriquera por el mandil con bolso, portaban bosas grandes de triángulos de piel, negros también, para llevar la comida y para traernos a los niños unas avellana, unos confites o unos cacahueses como entonces se decía.  Eran años muy malos, de escasez y racionamiento. Ellas aprovechaban el viaje a la capital para comprar las medicinas, hacer las gestiones de la familia y hasta camuflar una lata de aceite o un kg. de azúcar procedentes del estraperlo, porque llegando a casa había que hacer los bollos para el Corpus. Esas eran nuestras abuelas: Francisca, Lea, Obdulia, Rosalina, Flora, Amada, Dominga, Margarita, Agustina, Manuela, Maria Juana, Natalia, Arcadia, Bienvenida,  Maria, Cristina y tantas y tantas más cuyos nombres van desapareciendo de nuestra memoria.
Al final de la década de los sesenta empezaron los camiones a llevar la carga: José y Juanín fueron los primeros. Esto fue un gran avance, cargaban en la plaza a última hora de la víspera del mercado y se podía aprovechar el día para trabajar; fue como ganar dos días por semana. Muchas de las mujeres que iban al mercado, hijas de las anteriores,  empezaron a sacar el carnet de conducir, se hicieron con su 4L y ya se desplazaban en su propio vehículo o en el de otras. Era común verlas llegar por la noche a la plaza de Fresno y bajar de uno de esos coches con el bolso del mercado en una mano y la romana en la otra.  Había empezado la conciliación familiar. Era la generación de Irene, Susi, Anita, Obdulia, Ángela, Patro, Carmela, Eve, Segunda, Lola, Aurita, Milagros, Escolástica, Nieves, Bernardina, Teresa, Beatriz, y otras muchas de una lista interminable.
Estas mujeres atendían su casa y además de trabajar en las tierras y el huerto, ir al mercado, ocuparse de las vacas, del gocho,  de las gallinas, de los conejos, hacían los chorizos, los bollos, los colchones, la ropa de la familia, las más antiguas de ellas hasta hilaron la lana que después utilizaban. En medio de todo eso, parían una media de cuatro o más hijos. Y como consecuencia de esa tenacidad inquebrantable para sacar adelante a la familia mejorando su nivel de vida, tuvieron la ambición compartida por la mayoría de ellas, de dar estudios a los hijos, sin distinción de género. De esos años, cuando la enseñanza no era universal y gratuita, salieron de Fresno de la Vega numerosas maestras, enfermeras, médicas, abogadas, ingenieras, historiadoras, licenciadas en filosofía o en letras, etc.
Fueron las penúltimas de una forma de sobrevivir y trabajar las que les hicieron famosas, por su laboriosidad y coraje para sacar adelante la familia. Ellas llevaron el nombre de nuestro pueblo y la fama de sus hortalizas hasta el último rincón de la provincia de León y zonas limítrofes como Asturias, Palencia, Cantabria o Galicia.
No fueron las últimas, todavía hay algunas que siguen haciendo el mercado, pero la forma de comercializar hoy en día y la disminución drástica del número de explotaciones, hace que prácticamente se considere una clase desaparecida.  Quedan algunas, pocas, de aquella legión de mujeres hortelanas pero de edad avanzada: Lola, Anita, Transi, Fernanda, Charo, Gladis, Milda o Higes, Esperanza, Teresa. Quizá alguna más pero no muchas.
Vaya este pequeño homenaje para recordarlas a todas, que no es sólo que lucharan por sus derechos, es que los incorporaron a sus vidas por la expedita vía de ejercerlos obligadas por la necesidad: se dieron de alta en la seguridad social como empresarias autónomas del campo, accedieron a las escasísimas prestaciones en materia sanitaria 

Por todas ellas, un imborrable recuerdo.


viernes, 1 de junio de 2018



EL AYER DE FRESNO DE LA VEGA


Por Bonifacio Fernández Arteaga
Parte 8




Llegando Semana Santa
En medio de un corrillo
Que alrededor se levanta,
Un baratero se planta
Llenando bien el bolsillo,
Con esas chapas famosas
Que eran de cobre y lustrosas.
Y hasta que cesaba la luz
Cruz y cara, cara y cruz.

Me ocurrió que cierto día
Teniéndome que afeitar,
Acudí a la barbería.
Como siempre que allí llegas
Comenzamos a charlar,
Y el barbero me decía,
Que venía de las bodegas
De un buen vino degustar.
En el sillón tomé asiento
Viniéndome al pensamiento
Que no me debía sentar.
El barbero al comenzar,
Tropezó con una caja,
Se le cayó la navaja,
Y se lastimó en un codo, y
Dije para mi: “está beodo”
Por prudencia o timidez,
Presté nervioso mi tez.
Comenzóme a enjabonar
Hasta la cara llenar,
No sin antes transitar
Por parte de las orejas,
Por la frente, por las cejas,
Haciéndome pestañear.
Al ver de la navaja el filo,
Pensé yo, en aquel momento,
Viniédome al pensamiento:
“mi vida pende de un hilo”
¡Como estaría el corazón!
El barbero era verdugo,
Mientras yo, amarrado al yugo,
Tenía miedo y con razón.
Por arriba y por abajo
Me arreaba cada tajo
Que pensaba: “sin orejas
Y sin narices me dejas”
Cuando afeitaba la gorguera,
Sentí como cagalera,
Pues mis tripas hacían ruido
Y sentí como un bahido.
Por fin terminó el trabajo
Y di un suspiro profundo.
¿Estuve siempre aquí abajo?
¿O estuve en el otro mundo?
Dicen que estando “tronado”
Se ve todo duplicado.
Al salir de aquel tormento,
Pensé yo en ese momento:
“Este barbero es un dios
Pues al mismo tiempo, afeita a dos”
Moraleja:
No hagas uso de barbero
Que venga de bebedero.

Quiero terminar esta historia
Porque tengo mucha edad
Y me falla la memoria.
Solo he dicho la verdad
Y omitido la mitad
Por no perder amistad.

Pero en esta despedida
A todos pido perdón
Si ven alguna omisión.
No quiero ver ofendida
A toda persona,  aquella
Muy proclive a la querella,
Que crea ser aludida
Por lo que se diga de ella.
Y respecto a los apodos,
Los tenemos casi todos.
Ni Pilotos ni Chapines
Hacen a los hombres ruines.
¿Algún defecto tu notas?
¿Qué he exagerado en mis notas?
El humor siempre exagera
Es su condición primera.

Por un gran Fresno hace votos
Este hijo de aquel PILOTOS.

LEON, junio de 1997




Bonifacio Fernández Arteaga, nació en Fresno.  Hijo de Enriqueta Arteaga y de Eusebio Fernández, el primer Pilotos.  De niño y joven, vivió en la plazuela de los jatos.  Se hizo maestro y ejerció en Navatejera durante más de 30 años. Después vivió en León hasta su fallecimiento a finales de los noventa cuando tenía noventa y dos años.